Elser de España oproblema de España es el nombre que suele designar[1] un debate intelectual acerca de la identidad nacionalespañola que surge con elregeneracionismo a finales del siglo XIX, y coincidiendo con la aparición de losnacionalismos periféricos. Confluye con el tópico de lasdos Españas, imagen muy descriptiva de la división violenta y el enfrentamiento fratricida como característica de la historia contemporánea deEspaña.
El objeto del debate no fue propiamente político o jurídico-constitucional —la definición de España comonación en sentido jurídico, tema que fue debatido en elproceso constituyente de 1978, donde se enfrentaron posturas de negación, matización y afirmación de laNación española—; ni tampoco propiamente historiográfico —estudiar laconstrucción de la identidad nacional española, que se hizo históricamente como consecuencia de la prolongada existencia en el tiempo de lasinstituciones del Antiguo Régimen y, a veces, a pesar de ellas—. Lo que aquellos pensadores pretendían era dilucidar la preexistencia de un carácter nacional o ser de España, es decir: cuáles son «las esencias» de «lo español», y sobre todo, por qué es algo problemático en sí mismo o no lo es, frente al aparente mayor consenso nacional de otras naciones «más exitosas» en su definición, como lafrancesa o laalemana, planteando la posibilidad de que España sea o no una excepción histórica. Todo lo cual dio origen a un famoso debate ensayístico, literario e historiográfico que se prolongó por décadas y no ha terminado en la actualidad, con planteamientos y puntos de vista muy diferentes.
En muchas ocasiones, el propio debate ha sido objeto de crítica en sí mismo. Por un lado, por lo que supone deintrospección negativa y, por otro, por la previa condición de buscar un



Este tema ya aparece en elregeneracionismo deJoaquín Costa, con una aportación inicial muy significativa como fue laIntroducción a un tratado de política textualmente de los refraneros, romanceros y gestas de la Península, de 1881 y siendo su obra más trascendenteOligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, 1901; también enÁngel Ganivet cuando escribióIdearium español y tambiénPorvenir de España, ambos de 1898, año en que se suicidó. Surge de las posiciones enfrentadas desde la denominadapolémica de la ciencia española entre loskrausistas, comoGumersindo de Azcárate oFrancisco Giner de los Ríos y suInstitución Libre de Enseñanza, y los pensadores que pueden calificarse decasticistas oreaccionarios, comoGumersindo Laverde oMarcelino Menéndez y Pelayo, director de laBiblioteca Nacional de España y autor de un descomunal estudio erudito donde identifica lo español con lo ortodoxamentecatólico, por contraste con lo que no lo es, aunque aparezca en España:Historia de los heterodoxos españoles, estando en el origen de la definición intelectual de lo que se acuñó como «Antiespaña».
Inmediatamente después, elDesastre de 1898 supuso un revulsivo conducente a laintrospección y reflexión sobre sus causas, relacionándolas con el atraso relativo de España ante lamodernidad, de forma paralela al concepto denaciones decadentes ynaciones emergentes que se aplicaba en ese momento aAlemania frente aInglaterra,Japón frente aRusia o aEstados Unidos frente aEspaña, muy al hilo de los argumentos a favor delimperialismo[3] e incluso de las teorías desupremacía racial[4] que en la época se consideraban científicas, como laeugenesia o eldarwinismo social.[5]
El debate es continuado por las generacionesde 1898 (Miguel de UnamunoEn torno al casticismo,Del sentimiento trágico de la vida) yde 1914 (Ortega y GassetMeditaciones del Quijote,España invertebrada,La rebelión de las masas, este último con una vocación territorial más amplia, y que tuvo gran repercusión en Europa). El debate entre ambos, expresado en la disyuntivaeuropeizar España o españolizar Europa, tuvo como frase más divulgada el¡que inventen ellos! de Unamuno, que Ortega considerabadesviación africanista del maestro y morabito salmantino.[6]
La identificación de lo español con lo castellano y la búsqueda en el paisaje y paisanaje deCastilla de sus características esenciales por parte de autores provenientes de la periferia ha sido considerada como una característica principal de laGeneración del 98 (Unamuno,Ramiro de Maeztu,Pío Baroja [vascos],Azorín [valenciano],Antonio Machado [andaluz] y, menos claramente,Valle Inclán [gallego]). No se ocultaban los rasgos negativos: el atraso, la ignorancia, la envidia, elcainismo, la brutalidad (La busca,La tierra de Alvar González,Divinas palabras). Elesperpento valleinclanesco (Luces de Bohemia), el expresionismo pictórico deJosé Gutiérrez Solana o la galería de tipos españoles deIgnacio Zuloaga son sus ilustraciones escénica y visual.
Se ha indicado que algunos miembros de la generación del 98 tuvieron una evolución o trayectoria vital «de izquierda a derecha», partiendo de posiciones próximas al movimiento obrero y muy críticas con la visióntradicionalista de España, para acabar reconciliándose con esta, sobre todo Ramiro de Maeztu y Azorín, y en cierto modo (más espiritual el primero y más escéptico el segundo) Miguel de Unamuno y Pío Baroja. Antonio Machado y Valle Inclán tuvieron una evolución contraria: de posiciones más «conservadoras» a otras más «progresistas». De eso dependió que unos u otros fueran reivindicados por laoposición al franquismo o por el pensamientofalangista y elnacionalcatolicismo de los primeros años de este. En realidad, vivieron de forma trágica la separación de lasDos Españas, y todos ellos participaron de una manera o de otra en un cuestionarse por elSer de España que no tenía una respuesta clara. Quizá el mejor ejemplo lo dio la triste separación de los hermanos Machado:Manuel, en el bando sublevado y Antonio, en el republicano.
La generación de 1914, que se ha calificado como más europeísta y modernizadora, contó con intelectuales que se implicaron en política (Ortega,Manuel Azaña,Ramón Pérez de Ayala) y con otros que optaron por el apartamiento voluntario de la realidad (Juan Ramón Jiménez,Ramón Gómez de la Serna). Muchos otros autores, vinculados a esta generación, o a su etiqueta paralela (novecentismo deEugeni d'Ors), aparecerán como los principales contribuyentes al debate sobre elSer de España en las décadas posteriores a la guerra civil, tanto desde el exilio (Salvador de Madariaga,Américo Castro,Claudio Sánchez Albornoz...) como desde el interior de la España franquista (Manuel García Morente).
Las referencias literarias a España habían sido un tópico o subgénero que aparece con cierta continuidad desde muy antiguo: con carácter positivo loslaudes hispaniae o loas a España, como los de la literatura latina y en concreto el deSan Isidoro.
honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más ilustre del globo
o como el deAlfonso X el Sabio.
Pues esta España que decimos tal es como el Paraíso de Dios[7]
que adquieren tintes sombríos conQuevedo.
Miré los muros de la patria míasi un tiempo fuertes, ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía
Esas palabras son muestra de la conciencia de la decadencia española por las mentes más lúcidas del siglo XVII, entre las que destacan losarbitristas, comoMartín González de Cellorigo (Memorial de la política necesaria y útil restauración de España y estados de ella, y desempeño universal de estos reinos, 1600) oSancho Moncada (Discursos de 1619, editados más tarde comoRestauración política de España). El esfuerzo de losnovatores entre finales del XVII y comienzos del XVIII tuvo escasa repercusión.

En elSiglo de las Luces, la crítica ilustrada, desde la precoz deFeijoo (Teatro crítico universal) a la desesperanzada deJosé Cadalso (Cartas marruecas, yDefensa de la nación española, ambas respuesta a lasCartas persas deMontesquieu),[8] pasando por la academicista deAntonio Ponz (Viage de España), percibía el atraso acumulado por España desde elSiglo de Oro frente a la deslumbrante Francia delGrand Siècle y laEncyclopédie.[9] La opinión interna se debatía entrecastizos yafrancesados. La percepción exterior era cruel: el desolador «¿Qué se debe a España?» deMasson de Morvilliers (Encyclopédie Méthodique, 1782). La respuesta a tal provocación, un artículo deJuan Pablo Forner (Oración apologética por la España y su mérito literario, 1786) ni siquiera fue tomada en serio por la opinión ilustrada española, dando origen al célebre y pesimista «pan y toros» deLeón de Arroyal,[10] un tópico que continuó representando la opinión elitista de la intelectualidad española y renovándose periódicamente, con aportaciones del propio Unamuno.
En cambio, otros extranjeros supieron valorar las peculiaridades que encontraban en España, desatando una verdadera «hispanofilia» desde elromanticismo, para el que España era el punto más cercano donde encontrar la atracción morbosa delexotismo, forzando la percepción para confirmar las expectativas que la dibujaban como tierra de bandoleros, toreros y gitanos, (Carmen, deProsper Mérimée, convertida en ópera porBizet); y retroceder a una ucrónica Edad Media, poblada de refinados reyes moros decadentes (Cuentos de la Alhambra,Washington Irving) y sombríos inquisidores (El pozo y el péndulo,Edgar Allan Poe). Se abusó tanto de ese tópico que el realistaHonoré de Balzac pudo escribir:
El público está hoy harto de España, del Oriente, de suplicios, de piratas y de la historia de Francia al modo de Walter Scott.[11]
Simultáneamente, pero con mayor recorrido, nace elhispanismo como disciplina intelectual, apoyado por la presencia en Francia e Inglaterra de los exiliados españoles,[12] comoAntonio Alcalá Galiano (Memorias,Lecciones de literatura española, francesa, inglesa e italiana del siglo XVIII) oJuan Antonio Llorente (Histoire critique de l'Inquisition espagnole, 1817 y 1818), incluyendo el caso de cambio de nacionalidad y religión deJosé María Blanco White (Letters from Spain, 1822). Entre los primeros «hispanistas» que no son meros traductores de los clásicos del Siglo de Oro se encuentran el francésLouis Viardot (Histoire des Arabes et des Maures d'Espagne), el norteamericanoAlexander S. Mackenzie (A year in Spain, 1829) o el inglésLord Holland, estudioso de Lope de Vega y anfitrión de los liberales exiliados. Una perspectiva peculiar la aportó el predicador protestante y estudioso de idioma y costumbres de los gitanos,George Borrow.[13]
La coyuntura trágica de división entre españoles del siglo XIX, que trajo los primerosexilios (afrancesados,liberales...), con la nueva perspectiva que da ver desde fuera la España que ya no se tiene, se debió a la feroz sucesión de guerras civiles ideológicas (guerra de Independencia española,guerra carlista) y la costumbre de confiar la alternancia política a lospronunciamientos militares (Riego,Cien Mil Hijos de San Luis, «espadones» moderados y progresistas...), en ausencia de elecciones libres o prácticas parlamentarias y administrativas aceptadas mutuamente por los principales partidos. Aunque esa situación se remedió con elPacto de El Pardo entreliberales de Sagasta yconservadores de Cánovas (1885), ni antes ni después de esa fecha, ni siquiera en coyunturas críticas (como lacrisis de 1917, que obligó a gobiernos de concentración y produjo resultados de práctico empate entre los dos partidos gobernantes) ningún gobierno español perdió unas elecciones convocadas por él mismo hasta 1931 (gracias al uso de los procedimientos delcaciquismo y elpucherazo).
Los hechos fueron prontamente objeto de estudio historiográfico en sí mismos (Conde de Toreno,Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, París, 1851) y, antes incluso, los literatos españoles comenzaron a inspirarse directamente en el enfrentamiento, como los tristes versos deBernardo López García (referidos a la guerra de Independencia).
oigo, patria, tu afliccióny escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto
la campana y el cañón
[14]
o la visión del periodista que firmaba comoFígaro (Mariano José de Larra), poco antes de suicidarse (en el contexto de la guerra carlista).

Aquí yace media España, murió de la otra media«El día de difuntos de 1836»
y recorren un camino que va del nacionalismo dolido pero orgulloso al patriotismo escéptico enBenito Pérez Galdós (Episodios Nacionales,Miau,Misericordia) oLeopoldo Alas. Pero es la generación del 98 la que convierte la introspección crítica sobre lo español en centro integral de su propuesta estética e ideológica, forjando lemas lapidarios:
Me duele EspañaMiguel de Unamuno
Ya hay un español que quierevivir y a vivir empieza
entre una España que muere
y otra España que bosteza
Españolito que vienes
al mundo, te guarde Dios
una de las dos Españas
ha de helarte el corazón
Antonio Machado
Simultáneamente, aparece el ambiguoAdéu, Espanya! del poeta catalánJoan Maragall.
...On ets, Espanya? No et veig enlloc.No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!
¿Dónde estás, España? No te veo en ninguna parte.¿No oyes mi voz atronadora?
¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla?
¿Has desaprendido a entender a tus hijos?
¡Adiós, España!
[15]

[...] El territorio nacional se divide en dos campos enemigos irreconciliables [...].
El conceptomachadiano de «las dos Españas», con el que este debate está íntimamente asociado («la discusión se centró... en el origen histórico de la gran tragedia española, intentando explicar, por un lado, el supuesto fracaso ante la modernidad y, en último extremo, la guerra civil»), ha sido rastreado porSantos Juliá[16] desde sus primeros acuñadores:Mariano José de Larra, pasando porJaime Balmes y los ya citados Marcelino Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu y José Ortega y Gasset. También han rastreado la génesis y evolución del concepto de las dos Españas, el historiador español Joaquín Riera (La Guerra Civil y la Tercera España)[17] y el portuguésFidelino de Figueiredo (As duas Espanhas). Otros autores, comoAmérico Castro (cuya aportación imprescindible se trata más adelante), negaron la oportunidad de tal expresión.
Sin embargo,José Luis Rodríguez Jiménez, siguiendo aJosé Luis Abellán, señala a losabsolutistas de lasCortes de Cádiz (1810-1814) como los introductores del tema de las «Dos Españas» al calificar de «antiespañoles», tanto a losafrancesados como a losliberales. Estemaniqueísmo será uno de los elementos característicos de laextrema derecha en España, así como su apelación a la existencia del «enemigo interior». «Liberales, afrancesados ymasones pasan a convertirse en la primera tríada maldita de losreaccionarios».[18]
El tema de las «Dos Españas» significa en realidad la evidencia de una triple fractura, que se abre simultáneamente a los cambios que supone la Edad Contemporánea y que llevará al enfrentamiento de 1936. Esa triple fractura se puede expresar en tres pares de conceptos opuestos:[19]
Al marchar a la siegaentran rencores,
trabajar para ricos,
seguir de pobres
Seguir de pobres,Ignacio Aldecoa[21]

condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garroteAgustín de Foxá[24]

En la mayor parte de los casos, podía ubicarse a las fuerzas políticas y sociales, y a los individuos, en una u otra de las Dos Españas así definidas, aunque para otros casos no estaba tan claro: en Vizcaya o Guipúzcoa, muchos católicos (incluyendo a sacerdotes) eran nacionalistas vascos, e intervinieron en la Guerra Civil en el bando republicano; laLliga Regionalista deFrancesc Cambó tenía muy poco que ver con laEsquerra Republicana deFrancesc Macià yLluís Companys (de hecho, de la derecha catalana partieron los apoyos iniciales del general Miguel Primo de Rivera, así como una significativa parte de los de la sublevación militar de Franco); mientras que las izquierdas eran notablemente centralistas y los republicanos pretendieron crear un «estado integral» que reconocía las autonomías regionales, por exigencias de la «conllevancia». La expresión proviene del debate del Estatuto de Autonomía en las Cortes (13 de mayo de 1932), notablemente realista y pragmático, en el que intervinieron Azaña y Ortega, y no se marcaba ningún acento trágico ni «excepcional».
El problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar... un problema perpetuo... un caso corriente de lo que se llama nacionalismo particularista... las naciones aquejadas por este mal son en Europa hoy aproximadamente todas, todas menos Francia [por]... su extraño centralismo.José Ortega y Gasset[28]
Por otro lado, la mayor parte de las agrupaciones y partidos definidos como republicanos, así como la propiamasonería (cuyo papel en la época ha sido objeto decontrovertidas teorías), tenían un componente social nada obrero, y más bien cercano a las clases altas o medias.

Para algunos autores, la división fratricida en dos Españas es tan maniquea que no se reconocen en ella.[30] Se ha acuñado así la expresión«tercera España» (atribuida aSalvador de Madariaga[31] pero también aNiceto Alcalá Zamora),[32] con la que se quiere indicar la existencia de un grupo social encarnado en la postura de destacadas personalidades intelectuales que no tomaron parte en la Guerra Civil o que no se identificaron realmente con ninguno de los bandos en contienda, independientemente de que antes de ella hubieran simpatizado con partidos o movimientos que pudieran asociarse a alguna de las «dos Españas»[33] o que después de ella se mantuvieran en el exilio o bajo el régimen franquista, lo que hace difícil fijar una lista de los que han sido asociados a ese difuso grupo:
... esa Tercera España, la deOrtega,Madariaga,Sánchez Albornoz,Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso.Lorenzo Bernaldo de Quirós[34]
También suele citarse al primer presidente de la Segunda República,Niceto Alcalá Zamora,[35] y al periodista republicanoManuel Chaves Nogales,[36] así como aJulián Marías,[37]Xavier Zubiri y los filósofos de la llamadaEscuela de Madrid, vinculada alOrtega y Gasset distanciado de la trayectoria que veía en la República desde su «No es eso, no es eso»[38] y que había mantenido un silencio clamoroso con su más discreto «En tiempo de guerra, cuando la pasión anega a las muchedumbres, es un crimen de leso pensamiento que el pensador hable».[39]
Si bien para autores comoXavier Casals el concepto mismo de «tercera España» es cuestionable,[40] historiadores como Joaquín Riera no solo han profundizado en el concepto de las dos Españas, sino que también han defendido de manera sólida, a través de la intrahistoria, la existencia de esa tercera España silenciosa y silenciada no solo durante el franquismo sino también tras la recuperación de la democracia.[41]
SegúnGabriele Ranzato, durante laSegunda República existió lo que él denomina la «”verdadera” tercera España», que tuvo un peso relevante, aunque fue incapaz de constituirse en fuerza política y en gobierno, lo que «también contribuyó a que el país se precipitara hacia una guerra civil». Este sector social estaba «constituido sobre todo por clases medias, pero esencialmente interclasista, deseoso de vivir en un sistema liberal, democrático y capitalista, proclive a favorecer una emancipación más o menos gradual de las clases populares de su condición predominante de miseria extrema y de modernizar España siguiendo el modelo de los grandes países de Occidente». Era un sector social más amplio que la llamada «Tercera España» ―constituida por un pequeño grupo de intelectuales― y que cuando estalló laguerra civil española «fue suprimido por ambas partes en lucha». «Acorralado entre las amenazas de los unos y los otros, este sector quedó fragmentado, desperdigado en ambos campos, obligado a alinearse, puesto en la imposibilidad de expresar ningún deseo de conciliación, constreñido a un silencio que ladictadura franquista, en el interior, y las vicisitudes de la política internacional, en el exterior, fueron prolongando largamente, contribuyendo a cristalizar en el tiempo la lectura maniquea de la tragedia española que dieron sus mismos responsables y protagonistas».[42]
Manuel Chaves Nogales en el prólogo deA sangre y fuego reniega de ambos bandos de la guerra civil,[43] algo que también ha hechoArturo Pérez-Reverte.[44]
Gustavo Bueno sostuvo que laUCD, "tal y comoSuárez y su equipo la habían concebido, sería un modo de superar el esquema de las dos Españas, y por este motivo la UCD de Suárez fue criticada por quienes trabajaban, tanto si se alineaban a la derecha como si se alineaban a la izquierda, con las ideas sustantivas de derecha e izquierda".[45]
Por su parte,Juan Manuel de Prada afirmó sobre el poetaLeopoldo de Luis: "Has representado mejor que nadie, querido Leopoldo, la esperanza de una tercera España, capaz de triunfar sobre el odio, capaz de espantar un fantasma fratricida que algunos desdichados quieren seguir resucitando cada día, para colgarse medallas que tú preferiste esconder en los cajones del perdón."[46]
Con todo, ha sido el historiador e hispanista Alfonso Botti él que ha publicado el primer estudio de carácter historiográfico sobre las diferentes acepciones con las que, a partir de la primera mitad de los años treinta, se ha hecho referencia e la “tercera España” bien en el espacio público, bien en la prensa y bien en los estudios académicos[47]

A pesar de que la dinámica social iba aumentando la energía de las contradicciones que, vistas con perspectiva, llevaron al trágico estallido de la Guerra Civil, el primer tercio del siglo XX (desde el reinado deAlfonso XIII, pero sobre todo durante ladictadura de Primo de Rivera y laSegunda República), fue cualquier cosa menos una época tenebrosa y pesimista: acogió la llamadaEdad de Plata de las letras y ciencias españolas.[48]
Tradicionalmente, en este período se habla de varias generaciones de lacultura española, que son conocidas como del98,14 y27.
Como periodo no ha sido acotado con nitidez, pero un hito inicial de gran repercusión interna por lo que supuso para elorgullo nacional tras el deprimentedesastre de 1898, fue sin duda elPremio Nobel de medicina otorgado aSantiago Ramón y Cajal (1906). Aunque en aquel momento en realidad solo significaba una luminaria aislada surgida del esfuerzo individual, los hechos posteriores demostraron que representaba un síntoma de la renovación científica de España del primer tercio del siglo XX, y que conscientemente intentabaconstruir la nación mediante elprogreso. Por contraste, elPremio Nobel de literatura otorgado dos años antes aJosé de Echegaray suscitó un sonoro escándalo en el mundo literario español, lo que no dejaba de ser prueba del dinamismo y la pluralidad existente en su seno.
La repatriación de capitales obligada por laevacuación de Cuba distó mucho de ser una tragedia económica, y la neutralidad española en laPrimera Guerra Mundial produjo fabulosas oportunidades de negocio, al mismo tiempo que intensificó los desequilibrios sociales (crisis de 1917). Lasociedad de consumo de masas no se implantó hasta mucho más tarde, aunque sí aparecieron algunas de sus características, como laelectrificación y la difusión de los modernosmedios de comunicación (teléfono yradio).Multitud de cabeceras periodísticas contribuyeron de forma muy notable a la divulgación de la producción intelectual y la creación de una opinión pública caracterizada por la libertad y el pluralismo.
En lo cultural, esta época presenció la madurez de las generacionesde 1898 yde 1914, el florecimiento de instituciones creadas en las primeras décadas del siglo (laJunta para Ampliación de Estudios, laResidencia de Estudiantes y muchas otras[49]), y fue testigo de cómo la posición unamuniana del «Que inventen ellos» quedaba superada por la cada vez mayor conexión de la intelectualidad española con la europea de vanguardia. Las mentes españolas más lúcidas parecían estar encontrándose consigo mismas, y con su lugar en el mundo. De ese clima intelectual es muestra un documental, recientemente recuperado, que se filmó en la época para ser distribuido en América, titulado¿Qué es España? 1929–1930.[50]
Lageneración de 1927 ode la amistad reunió a una pléyade de poetas irrepetible (Federico García Lorca,Rafael Alberti,Dámaso Alonso,Gerardo Diego,Pedro Salinas,Jorge Guillén,Luis Cernuda,Vicente Aleixandre,Manuel Altolaguirre,Emilio Prados...)[51] cuya nómina no agota las individualidades de todos los ámbitos de la cultura que suele dejar fuera (la filósofoMaría Zambrano,[52] el científicoSevero Ochoa, el dramaturgoAlejandro Casona, su rival escénicoJosé María Pemán,[53] los fundadores delteatro del absurdo español,Miguel Mihura yEnrique Jardiel Poncela, prosistas comoErnesto Giménez Caballero,Juan Chabás,Rosa Chacel oAntonio Espina, y más poetas, comoJosé Bergamín,[54]Juan Larrea,Carmen Conde,Ernestina de Champourcín,Miguel Hernández, el ingenieroEduardo Torroja, los arquitectos deGATEPAC...).
Todos ellos, junto a artistas como los jóvenesDalí yJoan Miró, o los ya madurosJacinto Benavente yJuan Ramón Jiménez (ambospremio Nobel de Literatura),Pau Casals yManuel de Falla (músicos),Julio González yPablo Gargallo (escultores) o el universalmente valoradoPicasso (Gaudí había muerto en 1926, y no gozó de la proyección internacional que alcanzó posteriormente su obra), volvieron a hacer pensar en Europa si acaso era cierto que el «genio español» había muerto con Goya (único nombre que, desde una ópticachauvinista pero no exenta de base, se reconocía entre el erial científico y la escasa repercusión de las artes españolas del siglo XIX).
La difícil reconciliación de tradición y modernidad que todavía Machado oponía dialécticamente (dejando un penoso retrato de lala España... devota de Frascuelo y de María), parecía haberse conseguido con García Lorca[55] (PrimerConcurso de Cante Jondo de Granada, 1922, en colaboración con Manuel de Falla;[56]Romancero Gitano, 1928;Poema del Cante Jondo, 1931; amistad conIgnacio Sánchez Mejías...), quien puso elfolclorismo, elflamenco y latauromaquia[57] a la altura que merecen como expresión decultura popular, empeño entusiasta que compartió con un formidable grupo de jóvenes y maduros que, al mismo tiempo, llevaba a los clásicos a las aldeas en lasMisiones Pedagógicas y las giras deLa Barraca. Madrid volvió a ser un referente cultural para los intelectuales hispanoamericanos en el periodo que va desde la primera visita deRubén Darío (1898)[58] a la última estancia dePablo Neruda (1935–1937),[59] yCésar Vallejo[60] pasando porVicente Huidobro.[61] El intercambio de profesores con las universidades americanas (Julio Rey Pastor) y giras de compañías dramáticas en sus teatros (Margarita Xirgú) se fue haciendo habitual. El año 1929 presenció la celebración simultánea de laExposición Universal de Barcelona y laExposición Iberoamericana de Sevilla.
En modo alguno fue un periodo complaciente, pues la conciencia del atraso seguía produciendo críticas, como la durísima película deLuis BuñuelLas Hurdes, tierra sin pan, vinculada a las famosas expediciones deMaurice Legendre[62] yGregorio Marañón[63] (a la que asistió el reyAlfonso XIII). Otras figuras intelectuales apuestan por implicarse decididamente en el poder para llevar a cabo un programa reformista con laSegunda República (Fernando de los Ríos,Julián Besteiro y destacadamenteManuel Azaña), estrellándose con la realidad de la política y con el distanciamiento de unos (No es eso, no es eso, es el título de un famoso artículo de Ortega y Gasset, anteriormente el alma de los intelectuales de laAgrupación al servicio de la República, y que participó en el Congreso constituyente) y la abierta hostilidad de otros, decididamente opuestos a ese camino (Ramiro Ledesma Ramos,José Antonio Primo de Rivera oErnesto Giménez Caballero, que publica en 1932Genio de España). Las tragedias consecutivas de laguerra civil española, laposguerra y elexilio marcaron una radical ruptura con aquel clima intelectual.
No obstante, el pesaroso panorama favoreció la introspección, y la reflexión sobre elproblema de España continuó, se renovó y se enriqueció con aportaciones de loshispanistas, como el citado Legendre, desde una posición cercana al bando vencedor, otros cercanos al perdedor (George OrwellHomenaje a Cataluña,Ernest HemingwayPor quién doblan las campanas,Fiesta) y destacadamente desde 1943 conEl laberinto español deGerald Brenan, que eligió lasAlpujarras primero yChurriana después, como sus lugares de residencia.[64]
Un debate nítidamente planteado, con dos posturas enfrentadas que se responden una a la otra ante la opinión pública, fue propiamente iniciado con dos libros de 1949 que representaron una bifurcación en la intelectualidad falangista de posguerra:Pedro Laín EntralgoEspaña como problema yRafael Calvo SererEspaña sin problema. El primero, mostrando el desengaño de cierta parte de los intelectuales afines al régimen (como el citado Laín,Dionisio Ridruejo, etc.); y el segundo, exhibiendo la aceptación sin complejos del conceptojoseantoniano de España como «unidad de destino en lo Universal», que inspiraba la educaciónnacionalcatólica y lemas omnipresentes como «Por el Imperio hacia Dios»[65]
La cada vez más clara defección del régimen del propio medio universitario llevó a lacrisis de 1956 (huelga universitaria yrepresión que tuvo que ejercerse a la vez sobre los «hijos de los vencedores y de los vencidos»). El debate iniciado en 1949 fue enseguida llevado alexilio republicano, donde se elevó en tono intelectual con las aportaciones deClaudio Sánchez Albornoz (España, un enigma histórico, Buenos Aires, 1957, que en otros textos más pegados a la realidad documental se mostró como una autoridad de lahistoria de las instituciones), partidario de buscar la identidad española en la herencia romana y visigoda, apoyado en investigaciones sobre elreino de Asturias y elgoticismo de su reivindicación (la «pérdida de España» de lasCrónicas), yAmérico Castro (La realidad histórica de España, México, 1954,Origen, ser y existir de los españoles, 1959), más cercano al campo de la literatura y lahistoria de la cultura, que proponía el surgimiento de la identidad española como una mezcla de influencias de «judíos, moros y cristianos» (aprovechado como título porCamilo José Cela[66]).
Simultáneamente, lapoesía social de los jóvenes de las décadas de 1940 y 1950, huérfanos de sus padres de la generación del 27, se debatía contra la poesía esteticista como mejor vía de expresar el mensaje necesario en una hora tan baja del pulso español, dando frases tan impactantes como profundas:
España, camisa blanca de mi esperanza
España, España, España. Dos mil años de historia no acabaron de hacerte.
Mientras tanto, en el ámbito historiográfico del interior, había aparecido el clásico deJosé Antonio Maravall (1954)El concepto de España en la Edad Media, y la renovación de los estudios de historia económica y social que proponíaJaime Vicens Vives, otro tipo de acercamiento a la realidad histórica (más básico, de algún modo respuesta a la petición unamuniana de unaintrahistoria, similar en tendencia a lo que en Francia estaba desarrollando laEscuela de Annales).
En México,Francisco Ayala publicóRazón del mundo: la preocupación de España (1962), en que se distancia de los planteamientos «esencialistas», desde una perspectiva que le aporta su acercamiento a la sociología. La renovación metodológica no fue muy bien acogida por los próceres del exilio, comoSalvador de Madariaga o Sánchez Albornoz, obteniendo estos una réplica de Maravall en la orteguianaRevista de Occidente.[69]

Desde antes de la muerte de Franco, aparecieron en el interior obras como la deJulio Caro Baroja (El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo),[70] que marcan la tendencia a la superación del debate identitario mediante el análisis metódico desde la perspectiva de las ciencias sociales.
Más tarde, el periodo de laTransición trajo un florecimiento de la historiografía particularista de los nacionalismos periféricos y un manifiesto amortiguamiento de las referencias a lo «español» incluso en la evitación de ese nombre. Curiosamente, coincide en el tiempo con un rebrote de la «hispanofilia» que había caracterizado a la solidaridad con la España doliente de 1936 y que, cuarenta años más tarde, se extendió a la admiración internacional por la forma pacífica en que se produjo la llegada de la democracia, que fue puesta como modelo para las dictaduras americanas en la década de 1980 y para el este de Europa desde 1989. El «modelo español», basado en la continuidad institucional, laamnistía, elconsenso político (Constitución de 1978) y el pacto social (Pactos de la Moncloa); ha sido acusado (por los partidarios de la «ruptura» en vez de la «reforma») de fomentar el «olvido del pasado», fundamentalmente por no exigir responsabilidades a las personalidades políticas y sociales beneficiadas por el franquismo y no hacer mención, homenaje nimemoria alguna de la gran cantidad de víctimas de larepresión del bando sublevado y de la dictadura.
El nivel del análisis histórico consiguió descender a un estadio menos «esencialista», no exento de apasionamiento, en el contexto de los debates sobre lamemoria histórica y el uso del concepto de «nación» en lareforma del Estatuto de Cataluña y otras posteriores. Del nuevo tipo de debates es muestra el reciente intercambio de artículos y cartas entreAntonio Elorza yJosé Álvarez Junco.[71] Este último, conMater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX (Premio Nacional de Ensayo 2002) realiza un importante estudio del surgimiento del nacionalismo español, que había quedado escasamente tratado desde ese planteamiento, mientras que los nacionalismos periféricos contaban con una abrumadora bibliografía.[72]

Resucitando un anterior debate entreGerald Brenan yRaymond Carr (1966),[73] enEspaña, 1808-1996, El desafío de la modernidadJuan Pablo Fusi yJordi Palafox «rechazan las tesis sobre la excepcionalidad del caso español, sobre todo cuando estas están impregnadas de una interpretación claramente negativa y pesimista, y cuando se recurre a los conocidos tópicos del "fracaso",[74] de las "frustraciones" o de "inferioridades" españolas... la ausencia de autoestima, los excesos, casi masoquistas en los que han derivado ciertas interpretaciones históricas sobre el caso español»; recibiendo la crítica deBorja de Riquer, que les acusa de «visión restrictiva, y quizás en exceso "optimista", ya que minimiza la importancia de otros muchos factores que hicieron de la situación española un caso realmente peculiar y que hipotecaron, hasta hace muy poco, su auténtica homologación a las pautas europeas». Este autor plantea diez «anormalidades» del caso español en la época contemporánea.[75] Desde una posición matizada, el hispanistaEdward Malefakis propone «aunque no podamos decir que España sea un país muy normal, pues siempre parece estar a punto de suceder algo, lo cierto es que experimenta una convivencia muy aceptable».[76] Por su parte,John H. Elliott señala quela constatación de que en muchos aspectos España no era tan diferente de otros Estados europeos como se suponía tradicionalmente ha contribuido a devolverla a la corriente principal de la historia;[77] mientras que otro hispanista,Stanley G. Payne, especialmente en su obraEspaña. Una historia única localiza las excepcionalidades de la historia de España en determinados episodios y no en otros (niega el fracaso del liberalismo) y propone la existencia de lo que denominaideología española de duración milenaria.[78]María Elvira Roca Barea afima enFracasología: España y sus élites: de los afrancesados a nuestros días que el tema del excepcionalismo, decadencia, y fracaso español está vinculado a laLeyenda negra.
No son escasos los ejemplos de literatura ensayística, epígonos del debate de la década de 1950, comoEspaña inteligible deJulián Marías (1985) oGárgoris y Habidis, deFernando Sánchez Dragó. Pero el tema cada vez va teniendo un tratamiento más alejado del esencialismo.
Francisco Umbral dedicó un artículo a poner en cuestión la retórica de la eterna pregunta del concepto de España.[79] Desde su peculiar posición y reflexión erudita, reflexionaGustavo Bueno en su discursoEspaña.[80]Luis Suárez Fernández insiste, desde una posición tradicionalista, en la reivindicación de las aportaciones españolas a la civilización.[81]Eloy Benito Ruano ganó elPremio Nacional de Historia de España 1998 por el trabajo colectivoReflexiones sobre el ser de España. Entre los libros galardonados en distintos años hay muchos que pueden incluirse en el mismo ámbito: Juan MarichalEl secreto de España (1996),Carmen IglesiasSímbolos de España (2000), el ya citado Santos JuliáHistoria de las dos Españas (2005) y el más reciente,Antonio Miguel BernalEspaña, proyecto inacabado: costes/beneficios del imperio (2006). Una de las últimas aportaciones historiográficas, muy debatida, ha sido la deHenry Kamen,[82] posición contestada porArturo Pérez-Reverte,[83] famoso por su reconstrucción de la sórdida y épica España del siglo de Oro en la serie de novelas sobre elcapitán Alatriste.
Por su parte,Santiago Armesilla enEl marxismo y la cuestión nacional española afirma que el rechazo de parte del marxismo hacia la idea de España se debe a varias causas, como la asunción de buena parte de las izquierdas de laLeyenda negra; el peso delkrausismo en España que taponó la entrada deHegel; la tardía y mala traducción de los escritos deMarx yEngels, cuyos escritos sobre España no se traducen completamente hasta 1998; el peso delanarquismo en España como corriente mayoritaria de izquierdas (entre 1868 y 1939) durante el período de entrada del marxismo en el país; lasocialdemocracia española de inspiración alemana que popularizó elfederalismo influido porEduard Bernstein; el impacto de las tesis delaustromarxismo deOtto Bauer en elnacionalsindicalismo y en lasocialdemocracia; elfranquismo como largo período histórico (36 años) que logró asociar la idea de España al régimen y a la persona deFrancisco Franco; la acciónanticomunista delCongreso por la Libertad de la Cultura que conformó una izquierdaantisoviética, federalista yplurinacionalista; eleurocomunismo impuesto porSantiago Carrillo alPCE que asumió las tesis delCongreso por la Libertad de la Cultura sobre la cuestión nacional y las tesis de la izquierdaposmoderna ypopulista que continúan las tesis federalistas,confederalistas y plurinacionalistas.[84]
A la pregunta cuándo nació la «identidad española» (o «España»)Ricardo García Cárcel responde que depende del criterio que utilicemos para definirla:[85]
Si, desde luego, maximizamos al Estado propio y común a todos los españoles como eje de la identidad española, el concepto de España no emerge hasta el siglo XVIII, tras laNueva Planta deFelipe V. Si, por el contrario, subrayamos como claves identitarias nacionales la definición de un territorio global y mantenido con estabilidad a lo largo del tiempo, tendríamos que situarnos en 1512, —con laanexión de Navarra como referencia estelar tras laconquista de Granada de 1492 y la unión territorial de las Coronas deCastilla yAragón con losReyes Católicos—; si atendemos a la institucionalización de una lengua común de todos los españoles —el castellano identificado con el español—, entonces tenemos que situarnos en la primera mitad del siglo XVI, con la estela de los grandes elogios del castellano (Valdés,Viciana, Frías, Morales,Nebrija) como referentes; si nos adentramos en la espesura de la formulación del presunto carácter nacional, entonces hemos de seguir la pista de las teorías de los "humores nacionales" y situarnos a fines del siglo XVI para ver enBotero yBodino los primeros ejercicios de contrastación nacional que tanto circularán en el siglo XVII y que culminarán en el relativismo cultural de ilustrados comoMontesquieu; si creemos en la trascendencia de la conciencia común, del plebiscito cotidiano deRenan, habría que situarse en las segundas mitades de los siglos XVI y XVIII, escenarios de una beligerante conciencia nacional vinculada con la respuesta a la ofensiva de la llamada "leyenda negra"; si nos atenemos a la plasmación de una plena conciencia desoberanía nacional española, entonces el surgimiento de lanación española habría que retrasarlo al siglo XIX, con laConstitución de 1812.
Antonio Elorza sostiene:
España no es una simple superestructura estatal que cubre una serie de realidades nacionales, como ocurriera conYugoslavia y elImperio austro-húngaro. La identidad hispánica cuenta con un larguísimo recorrido secular, desde el "De laude Hispaniae" deIsidoro de Sevilla y el lamento por "la pérdida de España" de la crónicamozárabe del año 754, lo cual en modo alguno significa que entonces existiera una nación española, como sin duda afirmarían nacionalistas vascos y catalanes si contaran con tales antecedentes, pero sí que esa identidad no es un invento del siglo XIX.[86]
La cultura española es la conciencia del pecado español. Ningún pueblo ha confesado con tanta entereza sus culpas y ninguno con más desesperación ha enseñado sus llagas. ¿Qué otra cosa son sino dramática conciencia acusadora —y redentora— Quevedo, Vitoria, Cervantes, Larra, Santa Teresa...
Sociales: vestigios del antiguo régimen agrario, estructuras incoherentes de la industria.Regionales: un desarrollo desigual opone mental y materialmente, en els seno del Estado, antiguas formaciones históricas.Espirituales: la Iglesia católica mantiene una pretensión dominante a la que responde un anticlericalismo militante, político-ideológico en una cierta burguesía, pasional en las masa populares anarquizantes. [Las cursivas son del texto original]
Manuel Tuñón de Lara (España: la quiebra de 1898, Sarpe, 1986ISBN 84-7291-983-8) habla dequiebra militar, política e ideológica.
Juan-José López Burniol, enEl problema español (El País, 6 de enero de 2010) habla decuatro problemas:
Suele leerse en las síntesis de Historia de España ésta o parecida frase: «A comienzos del siglo XX, España tenía cuatro problemas: el religioso, el militar, el agrario y el catalán». Cien años después, los tres primeros se han resuelto o diluido, pero permanece incólume el cuarto, que, al condicionar de forma determinante la vida pública española de la última centuria, merece ser designado —más que como el problema catalán— como el problema español. La prueba de ello está en el hecho de que cada vez que España se libera de la ortopedia dictatorial que compensa la congénita debilidad de su Estado, el problema fundamental a resolver al tiempo de redactar la Constitución es el de la estructura territorial del Estado. Así sucedió en los albores de la II República, tras la dictadura del general Primo de Rivera, y al inicio de la Transición, tras la dictadura del general Franco.
Si Brenan partía de la base de que España era un país único e irrepetible, «que las palabras con que se hace principalmente la historia —feudalismo, autocracia, liberalismo, Iglesia, ejército, parlamento, sindicato, etc.— tienen sentidos muy distintos de los que se les presta en Francia o Inglaterra» (p. 9), la aproximación de Carr se sustentaba en la tesis opuesta: “había que estudiar la historia de España como la de cualquier otra nación europea de importancia similar […]. España no es un caso excepcional”